Samael Magnum.
Succubi
SATIABERIS MEO PERPETUO VENENO LUCERO !
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[FRAGMENTO]
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—¡Acepto!, —pronunció mi amada sonrojada, recubierta de un halo de ingenuidad primigenia y adornada por la bendición de una esperanza, la consumación de nuestro proyecto, la realización de una vida planificada que comenzaba a formalizarse—.
Notó un grabado al interior del anillo de oro de quilates standard, una palabra especial con atribuciones esotéricas junto a mi nombre.
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—¿Qué significa MIZPHA? —cuestionaron esos ojos tiernos y hechiceros, me hicieron devorarla a besos—.
—“Dios vele sobre nosotros, cuando estemos lejos el uno del otro”, —respondí en tanto pude—.
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>>Le confesé mi amor, y respiré a la menor oportunidad, apartándonos con un velo atmosférico de la ajetreada realidad, entretanto la experiencia sensoria daba continuidad al éxtasis del sabor Tutti Fruti, en su aliento juvenil.
Una jornada indulgente de primavera oculta en la cercanía de nuestra burbuja espiritual, invadió en forma invisible nuestro entorno.
Luego nos abrazamos y nos escapamos —cerrando los ojos y fusionando nuestros labios sublimados—, entre una multitud afanada.
Aquel fue el primer día de nuestro noviazgo, un primero de noviembre, sentados en una banca de cemento en cualquier parque de la ciudad.
Abrazados, trasnochados, contemplando un amanecer cálido nuestras manos se entrelazaban, y discerníamos entre caricias y manifestaciones, nuestra decisión trascendental.
La jaqueca y la somnolencia nos diagnosticamos, pero la supimos combatir con latas de cerveza.
Miller y Peroni, vinieron a ser recompensas y remanentes de la festividad de disfraces de la noche precedente, en compañía del grupo de la Facultad de Ingeniería de la Academia, donde la conocí.
Con la rememoración descrita presente en mi mente y su rostro en mi entrecejo, inicié el preámbulo sacramental de un ritual egipcio para restaurar mi amor perdido, para devolver la vida a mi novia fallecida, para abrirle un sendero a su periespíritu y facilitarle nuestro encuentro, entre tanto se cumple mi tiempo para desencarnar.
Al interior de mi recinto, en un lugar adecuado como Templo, me hallé desnudo, cubierto con una túnica consagrada por grabados de simbología específica, entonces levanté mi mano izquierda con el báculo y expresé mi intención al viento, y a los demás Elementales, y me dirigí con reverencia a cada Regente, en cada cuadrante de la Creación.
[...]
Luego me fui...
Entonces la visión astral me revelaba un lugar desolado. El confort que conocí lo olvidé, y me hice consciente de mi existencia en un panorama devastado, aún, post-apocalíptico.
Temeroso, comencé a identificarle como un despeñadero. Una especie de acantilado cubierto por una nocturnidad maligna que me retaba con un ascenso siniestro y mortal.
En aquel lugar, invadido por la desdicha, también se transportaba una bruma espesa y caliente que quemaba mi visión. Se trataba de un ácido volcánico remanente que corroía, degradando mis perspectivas y enfoques con infernales aberraciones. Percibí llamas titilantes en la lejanía. Sentí el dolor primigenio de la debilidad física, la zozobra por reconocer la ausencia de mi energía, y la angustia que proviene exclusivamente del abandono.
Gradualmente, mis ojos dilatados en sangre oxidada se acostumbraron a esa oscuridad infinita, entretanto advertí compañía indeseable, y me escondí. La lengua del pavor lamió el tuétano de mi espinazo, y mientras desprendía la necia sustancia, recordé —tras bastidores—, que me hallaba ante esa infamia, desprotegido, ignorante de mi condición y propósito. Inmerso en una Real pesadilla.
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—¡¡Maldita prueba!! —no dejo de maldecir desde aquel instante—.
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Poco después, una pavorosa explosión lejana me estremeció con la presentación de un escenario ceremonial.
Escalé el telón y ascendí por una montaña rocosa sembrada de numerosas velas encendidas y humeantes que se asemejaban a postes orgánicos, palpitantes y agonizantes, que derretían una parafina pegajosa y vil.
Me arrastré hasta el proscenio, y desde allí observé despojos informes, monstruosidades, cernícalos desmembrados, y cadáveres de humanos torturados, adheridos al suelo como gusanos.
En aquel escenario semejante a un Gehenna, también se erige un Templo execrable, un lugar de adoración Astral donde tradiciones paganas ofrecen sacrificios de devastación a Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades caídos, infamia demoniaca que escupió su celeste “servidumbre” en un desierto sediento de sangre y poder, descendido con insurrección desde el Sur del Cielo para traicionar a su Creador.
Desde allí —renacido—, mi conciencia fue sacudida con estruendo renovado, y me encontré de vuelta en mi habitación...
Pero la paz...estaba lejos, ¡de condescender un acuerdo!
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[...]
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Postrado en el suelo, súbitamente fui lanzado y sacudido por mareas invisibles que traspasaban la instancia de lado a lado. Gravedad y antigravedad se ensañaron conmigo, y no me fue posible aferrarme a ningún objeto circundante para atesorar el equilibrio.
Luego de un tiempo evolutivo, la destrucción dejó de asaltar y gruñir como fiera, y sólo entonces, cesó el ultraje...
El mareo, la visión borrosa por un sufrimiento agudo, y el vómito, exterioricé.
Y experimenté sensaciones dolorosas inéditas que llevaron mis sentidos al límite.
¡Anhelé morir!
Y, por si fuera poco, la intensidad kármica de un tedio orgánico se apoderó de mi Ser hasta el hastío, causándome estados trastornados que me mantuvieron —bastante tiempo— luchando por sobreponerme al embrujo, pero tan poca cosa fui, ¡que la Muerte —expectante—, no se adjudicó mi
[alma!
Poco a poco, la intensidad del esfuerzo se hizo soportable al cuerpo físico; pero el recuerdo de mi amada ocasionó incertidumbre en la forma de un diluvio sobre mi alma, que clonaba y mutaba haciendo prácticamente imposible su control. Debido a ello, sentí iluminarme en aquel abismo oscuro, atrayendo para mi desventura la total atención de aquella existencia maligna, en una bizarra exposición que los poderosos consejeros del Creador, no se atreverían considerar.
Sin embargo, en mi socorro vino La Lucidez anunciando su entrada con melodía y murmullos que me tranquilizaron. Y mientras se pavoneaba coqueta y lustrosa sobre un envidioso estiércol esparcido, discerní su excelsa voluptuosidad, su prerrogativa imperiosa que apartó el oprobio con su resplandor, y poco a poco, sus lánguidas posturas desenmarañaron redes de hechicerías al interior de mi mente...
—Y consigo el descifre virtuoso y completo de mi propósito primigenio, —una osada pretensión amorosa fallida y causa de aquella catástrofe: un ritual egipcio de contacto que manifestó a mi amada—.
[...]
>>Bebo, lloro y brindo solo...
...y en aquella ocasión celebramos nuestro aniversario en Énigme Divine®, nuestro restaurante preferido.
¡Ofrecí Libación a mi Diosa!
Brindamos y cenamos.
Hacia el final del postre, expuse mi ofrenda con moderada galantería:
Anillo de compromiso con tres diamantes de talla trillón, engarzado en anillo en oro amarillo de 18k (1/3 qt. Total). | Diamante redondo de 1.31 quilates. | Talla Astor Ideal | Color D | Claridad VS2 | Metal Oro amarillo de 18K | Peso total 1.59 K | Fabricado por Blue Nile® | URL: https://www.bluenile.com/us |
¡Los besos más deliciosos que de una deidad pueda obtener!
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>>¡¡Excelsa ocasión!!
Ebrio de dolor, recostado sobre una alfombra persa, ingerí néctar de uva mezclada con miel, brindando por aquella cena en Edén. Sin embargo, el Cabernet, el Merlot y la Cyrah parecían Absenta añeja en mi paladar, a la sombra de mi circunstancia original.
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[...]
Cómplices, navegamos sobre el amor mismo. Y suscitamos una envidia generalizada. Luego enviaron ángeles a escudriñar, batracios con plumas ocultos en las paredes y en los sueños.
¡No te pude retener!
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—¡Mi amor por ti fue exclusivo! —medité—.
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No obstante, las viejas potestades apostaron sobre nosotros...entonces, El Diablo se hizo verde...
[...]
Hecho despojos en algún lugar de mi habitación, comencé a cuantificar los daños en los entornos de mi Ser, en mis realidades iniciáticas conquistadas en solitario, en sus Reinos incólumes...
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[...]
...con la vista recorrí la experticia etérica de cada luminaria de esperma, lo cual me permitió estimar su tiempo de combustión.
Su savia derretida manifestó en su interior, bizarras criaturas, estatuas de seres sometidos que cedieron al sacrificio en señal de resignación.
No obstante, el humo de incienso no se había consumado. Aquella fusión vaporosa de sándalo y canela se había acrecentado procedente de la ceniza emanada de esos volcanes, y suspendida como un velo, se cortaba, y se conmovía a sí misma, según los inaugurales pensamientos, y la sacra inspiración de un oráculo.
Seres infames; entre ellos, algunos excesivamente bellos se ocultaban, se entrelazaban y se trasladaban sobre la humareda.
Como en aquel baile grandilocuente de aquelarre en luna llena de octubre, acompañado de tambores, silbidos y fuego. Como en un carnaval, jolgorio armónico de Elementales en el cual quise participar para escapar de mi condición.
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—¡Desventaja humana! —exclamé a su excelso Anfitrión—.
Mujeres, caballeros, y animales. No tuve problemas en identificar sus formas sólidas como ectoplasmas, incluso, los camuflajes invisibles de los espectros informes.
Pronto, la música, la risa y mi interés por comprender sus conversaciones comenzó a difuminarse, y ubiqué una prenda de tejido artesanal que sacudí desde el suelo, y la ajusté a mi boca para lograr inspirar el efluvio vital.
[...]
Dirigí mi atención hacia el lugar donde había establecido el Altar, el cual se hallaba derrumbado y desordenado por un ciclón que entró con violencia en mi recinto, pese a la hermeticidad de mi Templo.
Derramado el elixir de la copa, néctar de Cyrah añeja consagrada a mi divinidad, teñía y evaporaba etéricamente fragmentos de sigilos mágicos en sangre de un grimorio.
Noté los candelabros elaborados en chapa de cobre sólido yacer deformados, acorde a unas manos incandescentes que les derritió con furor.
Sobre el suelo, los círculos de protección dibujaban una geometría profana, técnica amorfa.
Alcancé a interpretar aquellas grafías modificadas por la mano de algún mercenario del Averno, semejantes a los caracteres angélicos del reconocido Medium Victoriano.
Por consiguiente, algarabías, explosiones, el Caos y el Fin del Mundo entraron en mi ámbito, dejando tras de sí el portal Inter-dimensional abierto.
Acerca del ritual...
Elevé los preámbulos, tributé a los Regentes de las Atalayas en cada rincón de la Creación, y ejecuté los procedimientos en forma meticulosa. Tomé en cuenta las condiciones atmosféricas y celestiales reinantes. Sacramenté la indumentaria y la dispuse misteriosamente sobre el Altar. Atendí las protecciones e imprecaciones, la presentación, bienvenida y despedida, libaciones, perfumes y el sacrificio.
Aquella minuciosa ejecución ritualista manifestó a mi amada en su forma de periespíritu conocida.
El humo del incienso condensó su imagen en el sitio de evocación, y alcanzamos a instruirnos.
Su presencia me conmovió y me reconfortó.
[...]
Mi amada sublimó en un segundo la desesperación perpetua que soportaba desde encarnaciones anteriores.
Disfruté de su compañía, deleite materializado en el que se reconfortó mi alma, pero que me sustrajo de la realidad al punto de olvidar los resguardos físicos, entonces, salí a su encuentro abandonando el círculo protector, y se desvaneció de mi presencia.
Y mientras mi amada se esfumaba de mis manos, preví la incorporación deliberada de algún enemigo oculto en la habitación, asechándome.
Escuché su alejada y provocadora risita sibilante.
Conjeturé la posibilidad que había conquistado su propósito, apartarme del círculo protector, ¡ahora me encontraba expuesto, y a merced de sus propósitos!
¡Quede estupefacto!
Un remanente de mi alucinación manifiesta, se entrelazaba con la perspectiva de una nueva magia extremadamente potente, que incluso, absorbió una gran cantidad de mi energía.
De pie, frente a mi artesanal, pero escrupulosa biblioteca, observé mi efluvio emanar generoso desde el interior de mi plexo solar a través de un enorme tentáculo espectral. Aquella conexión carnal desapareció tras el horizonte de una arista brillante, proyección cortante de un talismán arrojado por los Hados, —en el suelo—, que llegó en mi auxilio.
Y por medio de la neblina del incienso que se desplazaba helada en el amanecer de mi habitación, observé a un fantasma, un espectro, a un Ser —en definitiva—, ¡observándome!
Destaqué su interés y curiosidad.
Recordé mi vulnerabilidad al encontrarme fuera del círculo, y entonces ejecuté mudras de destierro, pero noté su prudencia y le vi eclipsarse cuando se encubrió a regañadientes, para evitar mi escrutinio, camuflándose, entre los escombros del mobiliario.
[...]
Resté importancia al encuentro.
—Desolado como estoy, ¡es poco probable ser de utilidad para alguien! —pronuncié en voz alta para asegurarme de ser escuchado—, mientras alejaba la mirada de aquel encuentro sensorio, considerando —unilateralmente— la finalización de aquel deslumbramiento.
Y entonces me desmayé...
Me di a la fuga escapando de una tormenta de arena en una noche lúgubre, atmosféricamente hostil, perseguido por fantasmas del desierto.
Cubrí mi cabeza con una túnica iniciática y la dispuse para filtrar el oxígeno a mis pulmones. El polvo y el grano circundante contenía arácnidos y alimañas del Averno.
Permití a los escarabajos anclarse como rémoras al envoltorio de mi cabeza, y los transporté, entre tanto no obstaculizaron mi visión.
—¡Mi amada me llama!, —me dije mientras reconocí su voz en la distancia—.
—Ven a mí... ¡te necesito!, —su eco seductor de vibraciones asimétricas intensas en derredor, me conmovió—.
Y me dirigí corriendo hacia la procedencia de aquella voz. Mientras me acercaba, la tormenta y el sufrimiento disminuían.
Finalmente, la amenaza cesó. El cielo se abrió y afloraron cálidos e intensos rayos de un Sol Negro que apaciguaron, y alimentaron la tierra con una atmosfera astral, ceremonialmente energizante...
Me deshice de la túnica, y me lancé a correr.
Enfoqué la dirección de mis pasos hacia la voz de mi amada, y fui conducido hasta un oasis.
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¡Júbilo!
Mi amada se encontraba inclinada llenando un recipiente de barro, junto a un pozo de agua.
Vestía un atuendo largo en seda azul y lino carmesí. El ornato realzaba su jovialidad.
Su cabello largo y ondulado amortiguaba las gotas de roció que se deslizaban como elixir vivificante hacia un Purgatorio. Y en su rostro virginal anticipé una descarga holgada de besos, así en el cielo como es en la tierra y una cantidad de perlas brillantes descendió en su rostro, frente a un firmamento que nos reverenciaba.
Abandonó su tarea y se incorporó al verme. Corrió a mi encuentro. Nos abrazamos, nos reconocimos, ¡y nos embriagamos el uno al otro con el vino de sus labios!
[...]
Pasaron los Eones.
El norte magnético se desplazó, y nuestra morada expandió su distancia en la inmensidad de una realidad regida por otro sistema de Leyes Cósmicas.
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[...]
Recobré mi consciencia paulatinamente...
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Trastabillé, y extasiado de elevaciones me recibió el suelo nuevamente.
La memoria psíquica en mi recinto revivía los estruendos y colisiones estelares, hasta que se hizo presente la forma reluciente de una mujer angelical que trajo la calma a su paso mientras se acercaba.
Sin embargo, un sentimiento melancólico, súbito y de muerte me invadió.
Me retraje de cualquier esperanza...
—¡No es mi amada!, —lamenté—.
La entidad femenina se mostró compasiva y se acercó bondadosa hasta la altura de mi postración, en el suelo.
Me observó humilde, estrujado y mal herido, con mi Cetro de Laurel asido fuertemente, y me besó con intensa ternura para luego, dar paso al incremento de su deseo —pese a mi resistencia—, impregnándome con la presión húmeda de su respiración y de sus labios bañados en esencia pránica.
Me causó mordiscos fogosos, y desgarros en mi lengua que calcinaron mis terminaciones nerviosas extasiadas, y deglutió con pasión aquella deflagración provocada por el dolor.
¡Lloré...!
Sus cuchillas caninas ocasionaron pequeñas llagas de donde emanó mi sangre, torrente de especias vitales que se mezcló con mi saliva, y cuya infusión consumió, extasió y apaciguó...
Manifestó un hechizo de Magia a través de una caricia —tierna y sempiterna— que recorrió mi rostro sudoroso. Operó una incisión, y lamió una de sus afiladas uñas y la insertó en mi cráneo, diluyendo mi Locus Niger con su baba, y repotencializó mi formación intelectual, y mi comprensión de la Creación...
¡Y la conocí!
¡¡Me hizo clarividente!!
¡Y comprendí, su sufrimiento y su misión!
¡Preámbulo Real!
¡Calypso et Ulyssis!
¡Copulación!
¡Unión superior!
¡Goce y Transmutación!
¡Promesas y caricias accesorias!
¡Liras y Violines!
¡Églogas infernales!
¡Pena, tristeza, temor y dolor!
¡Recuerdos del amor!
Loco de efusión, me consoló y me reconfortó.
Me ofreció su origen...
Y la vi conjurarme.
Mordió su mano y escupió tres veces en el suelo alfombrado, y mientras el ácido evaporaba el tejido, pronunció:
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تو نماینده عشق من هستی، من تو را از مرگ می گیرم
Representas mi amor. Te sacaré de la muerte.
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Y en vista de su conjuro, me encomendé:
Adoro Templum Sanguinis.
Flamen Martialis.
Flamma infamiam consumit.
Dominus meus me defendat!
Mars Deus Belli!
[Adoro en el Templo de Sangre.
Flamem Martialis.
La flama consume la infamia.
¡Mi señor me protege!
¡Marte, (es mi) Dios (en la) Guerra!]
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Y la hermosa entidad sonrió y pronunció su nombre: Bellatrix, y comprendí su lenguaje angélico. Su pronunciamiento trajo consigo el alivio, la paz y el silencio ante esa devastación en mis aposentos, entretanto murió mi actividad, y la angustia y la pena en las inmediaciones de mi Ser.
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[...]​
Pero el hechizo se agotaba...
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—¡Mi amada!, —murmullé, abriendo mis ojos para alejarme de ese encantamiento—.
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Impotente, disgustada y envenenada, Bellatrix deambulaba en mi presencia emanando una amalgama de sonidos, tonos, aromas y conjuraciones.
¡La ira la encendió en un fuego sin humo!, ¡y consumió el frío, y la ignorancia de mi alma!
Y de su vapor espectral volcánico y abrazador, emergieron resplandores de infinitos talles diamantinos, y oro líquido.
Se rasgó los brazos y las piernas de donde emanó un néctar que secó el fuego, aglutinando una humareda cuyo condensamiento descendió en la forma de almíbar.
Una vez manifestó su poder, se despidió recóndita, soterrada.
Profirió oraciones y blasfemias que perdonaban y mataban, y a sus extrañas declaraciones le persiguieron rituales sonoros de tambores y rasgueo de liras desafinadas.
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...Conocí a Bellatrix arrepentida de su amor y sentí pavor.
Contuvo sus fieras ganas de matarme haciéndose daño a sí misma, y respiraba el sufrimiento hasta sublimarlo.
Su esencia divina curó las heridas al instante, y sus inhalaciones de terror transformó en una alborada de alivio, esperanzas y reconciliaciones, con las cuales intenté no identificarme.
—¡No volverás a verla!, —profirió entre truenos y descargas atmosféricas mientras se alejaba en la extensión del espacio, de esa frontera onírica—.
Medio despierto, el eco de su sentencia me agujereó con una lanza oxidada en las entrañas.
Movimientos eurítmicos sobre mi pecho contemplé, el pendular de aquel artefacto sobre mi corazón expuesto, fuerte, y recalcitrante.
Luego me observé en el suelo como un indigente, en el interior de mi estancia. Empero, la ruina y el desorden, se mostraron absortos, reverentes ante los encuentros inter-dimensionales.
Otros invitados en el humo, fueron testigos adicionales de la reclamación que profirió para sí, el Súcubo, conjurando al Éter y reclamando en forma egoísta mi amor.
Todo artículo contenido en mi estancia, perdido, golpeado, roto o intacto, lo percibí consagrado y magnetizado por las palabras de ese ser voluble, enamorada infernal, usurpadora de mi propósito en el ritual, y diseñadora de las dimensiones que me apartan de mi amada.
Bellatrix sobrevino durante el desarrollo de mi ritual y logró acceso a mí hiperespacio.
Me ha conjurado en reiteradas oportunidades.
Manifiesta que me hará la vida imposible hasta conseguir que olvide a mi amada, y, que utilizará cualquier medio disponible o innovador, hasta conseguir que la ame con exclusividad.
—¡Vida mía! ¿Cómo regreso a ti? ¿Cómo volveré a vivir? —lamenté en la perpetuidad—.
Entonces desperté paulatinamente, considerando aquellas amenazas hipnagógicas...
Aquel mal sueño había terminado, pero la congoja, la soledad, la incertidumbre del devenir, y mi amada no respondió...
¡Y gemí!
Zzz...
[Ensoñación de Reminiscencia]
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Desesperado por la muerte de mi amada, establecí un ritual experimental de Necromancia egipcia para evocarla.
Instauré el ritual con la pretensión de anclar su efigie espirita a un talismán de plata y disponerlo en experiencias oníricas, etéricas o materializaciones mediúmnicas.
Valoré unirme a su destino y esta pretensión eliminó mis ideas suicidas.
El ritual estableció una especie de vinculación primigenia y cósmica, aprovechando que su efigie etérica no se había diluido.
Alta Magia Ceremonial egipcia bajo el auspicio de Anubis, quien me permitió conocer circunstancias de mi vida post mortem.
Establecí un acuerdo con Dharma, pero mi pretensión fue intervenida por Súcubos.
—¡No nos rechazaras! ¡Somos egipcias! —me decretaron, mientras se insinuaban—.
Distracción de mi estado encarnado...
Moribundo, desmayado y asaltado. Ora en la realidad física, ora en la realidad astral y mental.
Salto entre mundos, vaticinios y recuerdos, pero me hallo nuevamente en mi habitación, y todo es Caos en derredor...
[...]
Solo me socava una forma de miedo...
El tiempo se agota para hallar mi corazón.
Ante la pérdida de contacto con mi amada, soy presa de mi autodestrucción, me arrastro en el Infierno, para escapar de los Súcubos y los adversarios encarnados.
Mi sudor y sangre ha hidratado las rocas ardientes de esa Mazmorra, y ¡la tristeza me ha conjurado, y convertido en Demonio!
Habitantes en el Averno, Gehenna o el Tártaro; fieros o amigables; deslumbrantes u opacos; leales o engañadores, no hay diferencia.
Ebrio de dolor y mendigo vengador.
Loco y moribundo, a veces consigo un olvido transitorio. Lamento, desespero, impotencia, vienen entonces.
—¡Amada mía!, ¿dónde estás amor? —evoco—.
¡Tu silencio escabroso!, corre en derredor.
Tu amor usurpado, ¡me roe de temor!
Mientras tu ausencia me corroe, el Súcubo me [carcome.
Desdicha posterior...
Impotencia ulterior...
Mi Infierno interior...
Pero llega la noche, y no puedo negarme al convite del Súcubo.
La ceguera nocturna trae consigo al Súcubo y el sueño me asesina.
[...]
...inmerso en la eternidad, ¡agonizo!
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[...]​
¡De carroñeros [astrales], soy alimento!
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​
Samael Magnum.
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